Atlántico: Un océano de naufragios



En la costa gallega, en parte por su orografía costera, vientos y corrientes marinas y por otro lado por la densidad de tráfico naval a lo largo de su historia,  se encuentra el mayor cementerio de barcos hundidos del planeta. A este enorme "camposanto", que son estas aguas atlánticas han contribuído, como bien se sabe, la marina mercante (Urquiola, Casón, Mar Egeo o Prestige, entre otros...), con las catástrofes ecológicas que tanto han asolado esta costa y que han dejado tras sí un impacto en la cadena alimenticia difícil de predecir, a mayores del propio sufrimiento y muerte de aves, peces y cetáceos petroleados. También contribuyó a este cementerio oceánico, y quizá se sepa menos,  la segunda guerra mundial: con unos 25 submarinos hundidos y 50 cazabombarderos según las cuentas del Csic, la Armada y la Xunta de Galicia. Pero este relato trágico comienza ya hace unos dos mil años con la navegación de cabotaje, cuando las técnicas de navegación no permitían adentrarse aguas adentro y a veces: por la fuerza recurrente de los vientos, sobre todo cuando derivaban en temporal, hacía que aquellas frágiles embarcaciones chocaran contras las rocas. Este "peaje" en forma de vidas humanas que las familias marineras han pagado al mar, es lo que más duele, pero cuando para hacer un trabajo se tiene que escuchar al viento, interpretar el lenguaje de las rompientes e intuir los golpes de mar, vives cada día en vecinanza con el naufragio y la muerte. Ahora la enseñanza es obligatoria y los niños tienen mil actividades, pero no hace mucho tiempo que en esta costa se forjaban hombres con apenas 10 años: niños, como Manuel Mos Gude (abadexeiro) que con 8 empezó en el oficio, vio morir a su hermano, naufragó en el Perico y estuvo a punto de perecer ahogado dos veces, mientras crecía en jornadas de 20 horas, como se explica en el libro, Os Señores do Mar de Xosé A. Ventoso Mariño. O como Manuel Lampón Dios que vio como su padre se dejó ir mar abajo en busca de su hermano en un naufragio donde murieron ambos dos junto a dos hombres más, salvándose tres gracias a una motora de Aguiño. Estos lobos de mar se jugaban la vida en pequeñas barcas o dornas, embarcaciones de vela -que según se cuenta- tienen ciertas reminiscencias vikingas. Parece que este relato son "mares" de otros tiempos y además ahora la necesidad no obliga, como a aquellos niños/hombres. Pero lo cierto es que en lo poco que va de siglo hubo mas de 100 naufragios, de ellos unos 50 de pesqueros. El drama en este oficio sigue. ¡Para que luego se diga que la pescadería va cara!. Cara, carísima le ha salido y le sale la vida a muchos de nuestros marineros y familias. Estas fotos que acompañan al texto se corresponden al varamiento en Ares de un barco quimiquero, el Blue Star, que en ese momento se encontraba vacío de carga. Y al pesquero Divina del Mar, encallado en Porto do Son, donde hubo que lamentar el fallecimiento de un marinero.

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